Perlas de un buen Congreso
Luis Fernando Pérez Bustamante
Desde el lunes hasta ayer miércoles Madrid ha sido testigo de un interesantísimo congreso sobre la Palabra de Dios con motivo de la publicación de la versión oficial de la Biblia en nuestro idioma para la Iglesia en España. Vaya por delante mi felicitación a la Conferencia Episcopal Española por haber llevado a feliz término ese proyecto, que sin duda puede convertirse en una herramienta importante para todo el pueblo de Dios que peregrina en este país. A pesar de que algunos personajes mal intencionados ven motivaciones extrañas y/o perversas en la publicación de una versión oficial, lo cierto es que la misma no desmerece en nada al resto de versiones que se puede comprar en las librerías de este país. Por ejemplo, los kikos van a seguir usando la Biblia de Jerusalén y dudo que la Universidad de Navarra deje de vender su Biblia.
Menudencias mediáticas aparte, al que conoce un poco la historia de la Iglesia, sabe que ha sido habitual la búsqueda de un texto bíblico común para los fieles. La Vulgata es un ejemplo de ello pero no el único. De hecho, en otras confesiones cristianas ocurre lo mismo. La mayoría de los protestantes de lengua inglesa siguen usando la King James Version. Y los que hablan español usan sobre todo la Reina Valera, versión del 1960.
Volviendo al congreso, le he seguido a través de la web dedicada al mismo. Las retransmisiones han gozado de una buena calidad técnica y sin cortes. Además, la oficina de prensa de la CEE nos ha enviado a los medios el texto de la totalidad de las ponencias, aunque se da la circunstancia de que algunos de los conferenciantes no pudieron leer la totalidad de lo que habían preparado por falta de tiempo.
De entre todas las intervenciones que escuché -el resto las pienso leer-, y sin desmerecer al resto, las que más me gustaron fueron las del cardenal Ouellet, la del P. Ignacio Carbajosa, la del P. Juan Miguel Ferrer y la de Mons. Luis Francisco Ladaria.
El Prefecto de la Congregación para los Obispos abrió el fuego, nunca mejor dicho, con una intervención sustanciosa y directa. El cardenal canadiense no se anduvo por las ramas. Tras recordar que Europa sufre una crisis marcada por el avance de una laicidad que desprecia las raíces cristianas de nuestra civilización, el prelado aseguró que la crisis ha penetrado también en la Iglesia “ya que una cierta exégesis racionalista se ha apoderado de la Biblia para disecar las diversas etapas y formas de su composición humana, eliminando los prodigios y milagros, multiplicando las hipótesis y sembrando, no pocas veces, la confusión entre los fieles”. En otras palabras, el Prefecto de la Congregación para los Obispos advierte que el liberalismo teológico ha dañado a la Iglesia.
Aún mas claro fue, si cabe, al asegurar que “en algunos círculos académicos existe la tentación de practicar la exégesis haciendo abstracción de la fe, en aras de una mayor objetividad científica. Esta actitud es falsa y nociva incluso desde el punto de vista científico, porque no se puede pretender investigar `científicamente´ la Escritura independientemente de la fe de la Iglesia, ya que la Escritura es la expresión histórica y normativa de la fe”. Pues ya saben aquellos a los que en cierta ocasión llamé, exegetas y teólogos de la nada: al que le caiga bien el saco, que se lo ponga. Eso de hacer “ciencia” -histórica o exegética- pasándose por el forro la fe de la Iglesia no cuela. Bueno, más bien no debería colar. Desgraciadamente ha colado. Ojalá cambie, de una vez para siempre, esa situación.
Si he de ser sincero, la intervención que más me impactó fue la del P. Ignacio Carbajosa, profesor de la Facultad de Teología San Dámaso de Madrid. Yo creí que no vería en esta vida a un teólogo católico decir lo que el P. Carbajosa dijo en este párrafo que a continuación copio (negritas mías):
«Ni qué decir tiene que cierta exégesis del AT, que a sí misma se llama “científica”, tiene parte de responsabilidad en la creación de una nueva “barrera” de acceso a los libros y a los relatos de la Vieja Alianza. En efecto, una mirada a los textos que no sea en última instancia “canónica”, es decir, que no considere el papel que un relato juega dentro del todo, no puede decirse “científica”: descuidará siempre un factor que forma parte del mismo texto. Puestos a ligar efectos y causas, este tipo de literatura presuntamente “científica” es uno de los factores que ha determinado que la predicación, en sede litúrgica, “huya” de ciertas narraciones del AT: se tiene la sensación de que se entra en un campo minado, reservado a los especialistas. La actual crisis de la teoría “documentaria” sobre el Pentateuco es muy ilustrativa en este sentido. Yahvista, Elohista, Sacerdotal y Deuteronomista habían pasado a engrosar la lista de los dogmas, también en la Iglesia católica. Hoy los dos primeros, después de una lenta agonía, han muerto y han sido enterrados por la investigación más fiable. A la espera de nuevas certezas algo nos queda como enseñanza: también la investigación “científica” sobre la Biblia es hija de su tiempo y parte de presupuestos y prejuicios que con el tiempo se declaran inadecuados. ¿Se puede llamar científica a esta exégesis?».
Sólo por oír que de la famosa JEPD, la J y la E se han ido ya a hacer gárgaras, ya habría merecido la pena este congreso. Sólo por oír a un profesor de una facultad de teología en España preguntarse si se puede llamar científica a ese exégesis, ya habría merecido la pena prestarle atención. Sí, ya sé que la hipótesis documentaria -y la tan cacareada presencia de diversas fuentes en la redacción de textos atribuidos por la propia Biblia y el mismísmo Señor Jesucristo a un solo autor- seguirá presente, pero es bueno que algunos empiecen a intuir y a decir que el rey está desnudo. Y no digo más, que si no va a parecer que paso del optimismo a la utopía.
De hecho, el P. Carbajosa apunta a lo que para mí es una relación que no admite dudas. A saber, la que hay entre la investigación exegética bíblica moderna, nacida de los eruditos protestantes liberales -esto no admite discusión pues es un hecho histórico- y la resurrección del marcionismo en nuestro tiempo:
«En estrecha relación con lo anterior, se cae también en la tentación marcionita, dentro de la Iglesia, cuando se resalta la autonomía del AT, su personalidad propia, sin leerlo desde el NT. Ésta es una postura más propia de ambientes “intelectuales” o “académicos”. Normalmente una postura así lleva a considerar subjetiva o exagerada la lectura que los autores del NT hacen del AT. Pero entonces, una vez más, el NT se mutila, porque el anuncio de que en Cristo se han cumplido las Escrituras santas lo atraviesa de arriba abajo. No se puede ser serio y leal con el anuncio del NT y conservar a la vez una postura “neutral”, “científica” ante un texto, el AT, que, se dice, pertenecería a otro pueblo, el judío, que lo lee de forma diferente (“sin adiciones”)».
Sinceramente, creo que es muy recomendable para todos leerse entera la ponencia de este joven sacerdote y profesor de San Dámaso, responsable, hasta donde yo sé, del movimiento Comunión y Liberación en España.
Igualmente recomiendo la lectura de la ponencia del P. Juan Miguel Ferrer Grenesche, subsecretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. O sea, el nº 3 del dicasterio al frente del cual está el Cardenal Cañizares, quien obviamente se quiso llevar a este sacerdote de Toledo a Roma. Al que le guste lo litúrgico, disfrutará del texto. Y si alguien quiere saber por qué es la mar de conveniente tener una versión oficial de la Biblia para ser usada, entre otros lugares, en la liturgia, que lea al P. Ferrer.
Sin embargo, como quiera que la cabra tira al monte y yo soy nieto de montañeses cántabros, lo que más me llamó la atención de las palabras del subsecretario del Culto fueron estos dos párrafos.
«De hecho, nuevamente la instrucción de enero de 1969, en su número 15, afirmaba: “el empleo de una lengua común no evita la necesidad de una iniciación o catequesis sobre el sentido propiamente bíblico de algunas palabras y frases…”; y proseguía el número 18 diciendo: “Sucede muchas veces que en la lengua vulgar no se encuentra el término cuya significación corresponda enteramente al sentido bíblico y litúrgico de la palabra que se quiere traducir…”. Pero la solución se planteaba así en ese mismo número: “Es necesario entonces buscar una palabra que sea susceptible de adquirir progresivamente, mediante el uso repetido en diversos contextos, en la catequesis y en la oración, el sentido cristiano que se pretende…” y seguía, en el mismo sentido, diciendo en su número 19, “En la mayoría de las lenguas modernas que están llegando a ser hoy día medio de comunicación litúrgica será necesario formar progresivamente un lenguaje bíblico y litúrgico adaptado…”. Por lo tanto, se insistía en comunicar el “lenguaje de la Fe” y, para ello, en la necesidad de catequizar y explicar y en la de generar nuevas acepciones en el vocabulario de las lenguas populares, pero se daba una cierta alergia a introducir, lo que se denominaban, palabras “raras y técnicas"; es decir, las muchas veces provenientes de la primera evangelización en griego, o las generadas en el debate teológico de la época patrística y de concilios como Nicea, Éfeso, Calcedonia, … o a lo largo del fecundo periodo escolástico, y luego consagradas por el tridentino».
Presentado el toro en las tablas, llega la estocada:
«Pero, ¿podían realmente asumir los contenidos y precisiones, que están detrás de esos vocablos de la “jerga de la fe", otras palabras preexistentes de las lenguas vernáculas, nacidas fuera de tal contexto de fe?. ¿Porqué esa reticencia a palabras “raras y técnicas", si se ha reconocido la necesidad de iniciar y catequizar aun con textos traducidos de la Biblia y la Oración cristiana?. ¿No hemos asimilado, precisamente en estos mismos años, multitud de palabras nuevas, “raras y técnicas", del mundo de las relaciones internacionales, la música contemporánea y, sobretodo, del desarrollo tecnológico?. ¿Detrás del cambio de palabras, no puede darse de hecho, más en años de complejo debate teológico, el riesgo de lo que, en el campo de la cultura y la sociedad, el profesor López-Quintás llamó “manipulación a través del lenguaje?».
Qué gran verdad. En un mundo donde nos tragamos acríticamente una terminología que nos es ajena, se ve con malos ojos el uso de una terminología catequética que esté empapada de términos que la Iglesia ha “parido” -por decirlo de alguna manera- a lo largo de veinte siglos de historia. En vez de explicar el significado de esos términos, se prefiere usar unos nuevos, supuestamente más asequibles pero que no sirven para definir adecuadamente aquello que forma parte de la fe. ¿Y a qué nos lleva eso?, pregunto yo. Al empobrecimiento de la formación de los fieles. Primero, la de los propios responsables de catequesis. Y a través de ellos, a los catecúmenos.
Una de las intervenciones más esperadas, y sin duda la más aplaudida de los que yo escuché en directo, fue la de Mons. Luis Francisco Ladaria Ferrer, sj, Arzobispo Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe. ¿Y de qué habló Mons. Ladaria?. Pues lógicamente, de la relación entre la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia. Y a fe que lo hizo magistralmente. Yo al menos disfruté como un enano entre tanta referencia a los Padres, Trento, León XIII, Vaticano I y, por supuesto, Vaticano II. Eso sólo puede disgustar a los que ven en el Vaticano II una especie de punto y aparte - sea en el sentido que sea - respecto al resto de la Tradición de la Iglesia.
Sin desmerecer las encíclicas papales posteriores, para mí la Providentíssimus Deus de León XIII es una obra maestra, y yo diría que hasta profética, sobre la cuestión de los estudios bíblicos. Y el nº 2 de la CDF hizo referencia a ella para explicar algo que creo que es de plena actualidad:
«El Papa (León XII) recuerda los principios fundamentales para la recta interpretación de la Escritura siguiendo lo establecido en el concilio de Trento que fueron a su vez recogidos en el Vaticano I, es decir que a nadie le es lícito interpretar la Escritura contra el sentido que le ha dado la Iglesia y contra el unánime consenso de los Padres [10]. Dios ha puesto las Escrituras en las manos de la Iglesia, y para su interpretación recibimos de ella una guía infalible. En aquellos en los que se perpetúa la sucesión apostólica tenemos la exposición segura de las Escrituras [11]. Esto no quiere decir que la Iglesia coarte la investigación en la ciencia bíblica, sino que más bien ayuda a su progreso en cuanto la protege del error. El espacio para la labor del estudioso es muy amplio en los campos en los cuales la Iglesia no se ha pronunciado definitivamente y su investigación puede contribuir a que la Iglesia pueda pronunciarse con su autoridad. Por otra parte incluso en aquellos puntos en los que hay un juicio definitivo, cabe también un progreso en cuanto siempre se puede proponer una explicación más clara o más ingeniosa (cf. DH 3282)».
Quienes ven la intervención del magisterio como una especie de madrastra mala que coarta la labor de teólogos y exegetas deberían de meditar en lo dicho por Mons. Ladaria. Es más, el buen teólogo y exegeta católico agradecerá de corazón que el Magisterio esté presto a sacarle del error si llega a cometerlo. Eso hará que su labor, sin duda necesaria, sea más fructífera para la Iglesia y los fieles. Por otra parte, parece evidente que quienes se dedican a esos menesteres tienen la suficiente formación como para saber qué campos son aquellos en los que la Iglesia no ha dicho su última palabra y cuáles, por el contrario, no están sujetos a contradicción porque ya han recibido el sello apostólico de doctrinas reveladas. Y aun en esas doctrinas cabe el progreso del que tan maravillosamente se hizo eco el Beato Henry Cardinal Newman. Es más, yo diría que dicho progreso forma parte del ADN espiritual de la Iglesia Católica, a diferencia de lo que ocurre en otras iglesias.
Igualmente me gustó que Mons. Ladaria recordara algo que, por otra parte, nunca debe de ser puesto en duda por quien ha alcanzado la gracia de ser católico:
«El valor histórico de la Escritura ha de ser establecido con firmeza, porque a partir de él se puede afirmar con certeza la divinidad de Cristo, su misión, la institución de la Iglesia, el primado de Pedro, etc. [14]. Esta dimensión apologética es por tanto para el papa León XIII de capital importancia.
No es legítimo reducir el ámbito de la inspiración y de la inerrancia de la Escritura a lo que se refiere explícitamente a la fe y las costumbres, dejando de lado todo lo demás. Todos los libros que la Iglesia recibe como sagrados y canónicos, en todas sus partes, “Spiritu Sancto dictante conscripti sunt” (DH 3292), de tal manera que se excluye todo error, ya que Dios, que es la suma verdad, no puede ser autor de ningún error (ib.)».
Pura doctrina católica, señores míos. Disfruten de ella.
PD: No descarto escribir un segundo post sobre el Congreso una vez leídas todas las ponencias.
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