miércoles, 23 de diciembre de 2009

El «sentido» se hizo carne - Joseph Ratzinger

El «sentido» se hizo carne
Cardenal Joseph Ratzinger
Fragmento de un mensaje de Navidad


En la Navidad no celebramos el día natalicio de un hombre grande cualquiera, como los hay muchos. Tampoco celebramos simplemente el misterio de la infancia o de la condición de niño. Ciertamente que lo puro y lo abierto del niño nos hace esperar, nos proporciona esperanza. Nos da ánimos para contar con nuevas posibilidades del hombre. Pero si nosotros nos aferramos demasiado a eso solo, al nuevo comienzo de la vida que se da en el niño, entonces lo único que podría quedar en definitiva sería la tristeza: porque también esto «nuevo» acaba por hacerse algo viejo y usado. También el niño entrará en el campo de concurrencia y de rivalidad de la vida, participará en sus compromisos y en sus humillaciones, y, como remate de todo, acabará siendo, igual que todos, presa y botín de la muerte.

Si nosotros no tuviéramos otra cosa que celebrar que sólo el idilio del nacimiento de un ser humano y de la infancia, entonces en último extremo no quedaría nada de tal idilio. Entonces nada tendríamos que contemplar más que el morir y el volver a ser; entonces cabría preguntarse si el nacer no es algo triste, puesto que sólo lleva a la muerte. Por eso es tan importante observar que aquí ha ocurrido algo más: el Verbo se hizo carne. «Este niño es hijo de Dios», nos dice uno de nuestros villancicos navideños más antiguos. Aquí sucedió lo tremendo, lo impensable y, sin embargo, también lo siempre esperado: Dios vino a habitar entre nosotros. Él se unió tan inseparablemente con el hombre, que este hombre es efectivamente Dios de Dios, luz de luz y a la vez sigue siendo verdadero hombre.

Así vino a nosotros efectivamente el eterno sentido del mundo de tal forma que se le puede contemplar e incluso tocar (cf. 1 Jn 1,1). Pues lo que Juan denomina «la Palabra» o «el Verbo», significa en griego al mismo tiempo algo así como «el sentido». Según eso, podemos también traducir nosotros: «el sentido se ha hecho carne». Pero este sentido no es simplemente una idea corriente que penetra en el mundo. El sentido se ha aplicado a nosotros y ha vuelto a nosotros. El sentido es una palabra, una alocución que se nos dirige. El sentido nos conoce, nos llama, nos conduce. El sentido no es una ley común, en la que nosotros desempeñamos algún papel. Está pensado para cada uno de una manera totalmente personal. Él mismo es una persona: el Hijo del Dios vivo, que nació en el establo de Belén.

A muchos hombres, tal vez nos parece esto demasiado hermoso para que sea verdadero. Aquí se nos dice: sí, existe un sentido. Y el sentido no es una protesta impotente contra lo que carece de sentido. El sentido tiene poder. Es Dios. Y Dios es bueno. Dios no es un ser sublime y alejado, al cual nunca se puede llegar. Se halla totalmente próximo, al alcance de la voz, y se le puede alcanzar siempre. Él tiene tiempo para mí, tanto tiempo que hubo de yacer en un portal y que permanece siempre como hombre. Pero nos volvemos a preguntar: ¿puede ser esto verdad? ¿se amolda efectivamente a Dios el ser o hacerse niño? No queremos creer que la verdad es hermosa; según nuestra experiencia, la verdad es, en fin de cuentas, por lo general cruel y sucia: y cuando alguna vez parece que no lo es, entonces horadamos y cavamos en torno a ella hasta confirmar nuevamente nuestra sospecha.

Del arte se dijo una vez que servía a lo bello y que esta belleza era, a su vez, splendor veritatis, el esplendor o el brillo de la verdad, su resplandor interior. Pero hoy día, el arte cree que su misión o tarea más alta consiste en desenmascarar al hombre como algo sucio y repugnante.

Si nosotros pensamos en los dramas de B. Brecht, toda la genialidad del poeta se aplica también aquí al descubrimiento de la verdad, pero no ya para mostrar sus luces, sino para demostrar que la verdad es sucia y que la suciedad es la verdad. El encuentro con la verdad no ennoblece, sino que envilece. De ahí que surja la mofa contra la Navidad y la burla contra nuestra alegría.

Pero, de hecho, si no hay Dios, entonces no hay ninguna luz, sino que sólo nos queda la sucia tierra. Ahí radica la realmente trágica verdad de tal «Poesía».

[...] Él vino como niño para quebrar nuestra soberbia. Tal vez nosotros capitularíamos antes frente al poder o a la sabiduría. Pero él no busca nuestra capitulación, sino nuestro amor. Él quiere librarnos de nuestra soberbia y así hacernos efectivamente libres. Dejemos, pues, que la alegría tranquila de este día penetre en nuestra alma. Ella no es una ilusión. Es la verdad. Pues la verdad, la última, la auténtica, es hermosa. Y, al mismo tiempo, es buena. El encontrarse con ella hace bueno al hombre. Ella habla a partir del Niño, el cual, sin embargo, es el propio hijo de Dios.

sábado, 12 de diciembre de 2009

La Guadalupana, tu madre - P. Mariano de Blas

La Guadalupana, tu madre
P. Mariano de Blas LC


Tenemos miedo de tantas cosas, la enfermedad, falta de dinero, que nos roben, miedo al futuro. Pero Ella nos dice: “No temas..."


El nombre más repetido en las mujeres mexicanas es el de GUADALUPE. Por eso muchas celebran su santo el 12 de Diciembre, fecha en que una mujer vestida de princesa, se le apareció a un natural de esta tierra, a Juan Diego, en la Colina del Tepeyac.

Santa María de Guadalupe es el nombre de la celestial Señora. Ella pidió que se construyera un templo, y el templo se construyó. Más aún, hace algunos años se construyó un nuevo santuario más grande y moderno para dar cabida a un número mayor de peregrinos.

Hoy se encuentran muchísimos templos en todo México dedicados a la Virgen de Guadalupe. Casi todas las ciudades tienen el suyo.

¿Para qué pidió un templo? Para que todos nos sintiéramos en su casa cuando fuéramos allí a rezar, para poder decir a cada habitante de nuestro país las mismas palabras que dirigió a Juan Diego: “No temas, ¿no esto yo aquí que soy tu Madre?”

Hermosas palabras que nos quiere decir a cada uno todos los días, pero sobre todo en esos días amargos, días de dolor y desesperanza.

“No temas, ¿no esto yo aquí que soy tu Madre?...” Tenemos miedo de tantas cosas, miedo de perder la salud, el dinero, a que nos roben, miedo al futuro. Existe mucho miedo en el ambiente. “No temas...”, nos dice Ella.

El 12 de Diciembre hasta los más duros se ablandan, van de rodillas ante la Guadalupana.

Santos y pecadores, borrachos y mujeriegos, quizá hasta le juren a la Virgencita que van a cambiar para siempre, y al día siguiente vuelven a ser los mismos. Pero hicieron el intento, y cualquier intento es bueno. Ella se los toma en cuenta. Después de tantos intentos fallidos, basta que uno de esos esfuerzos de resultado.

Yo me pregunto si México sería el mismo si no hubiera intervenido en su historia la Reina del Cielo.

Me impresiona que los mismos inicios de México como nación, interviniera tan amorosamente esa Persona a quién con santo orgullo se le llama “Reina de México”.

En aquel momento era necesaria la ayuda y protección de la Madre de Dios. Hoy es mucho más necesaria. Los males de México son tantos y tan duros que se necesita la ayuda del cielo para remediarlos. Creo que no bastan los buenos políticos y los buenos economistas.

¡Reza, México, a tu Reina!, para que puedas ser liberado de este naufragio. Esa Reina no ha devaluado su amor a México ni a los mexicanos, hoy los quiere como entonces, pero se necesitan millones de manos alzadas al cielo, millones de rodillas que toquen la tierra rezando, millones de lenguas y corazones que unan su voz y su amor en una oración gigantesca y sonora a la Reina de México, para que venga a auxiliarnos en esta hora difícil.

Para los que tienen fe, hay un faro de esperanza en la Colina del Tepeyac que se llama Santa María de Guadalupe.

El tesoro más rico que México y el mundo entero tiene es una tilma sencilla donde la Madre de Dios se pintó a sí misma para que al contemplarla oyéramos todos su dulce mensaje: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”



ROSAS EN EL TEPEYAC

Las veo en la ladera del bosque;
son grandes, muy variadas:
Todas llevan en su cáliz
perlas del rocío de la noche.

Las ha plantado una mano celestial.
La Madre de Dios tiene preferencia
por las rosas de Castilla, le gustan las rosas.

En su jardín del cielo
debe haber plantado rosas a granel,
y deben muchos ángeles cuidarlas con primor.
Son las rosas de la Madre del Señor.

“Rosas en mi jardín no hay ya,
todas han muerto”, diría un día el poeta.
¡Qué tragedia! Mustios pétalos por el suelo
es todo lo que queda de la gloria de las rosas.

Habrá que pedirle a la dueña del Tepeyac
algunos retoños de rosal
de los que plantó en la colina
para plantarlos en el jardín.

Esos rosales siempre ostentan rosas,
son frescas y hermosas;
nunca se marchitan porque son de Ella.

La imagen de Guadalupe
está pintada con pétalos de rosa,
con rocío de la noche, con amor materno.

No importa que el lienzo sea lo más pobre,
porque esa tilma recoge la obra maestra
que un pincel grabó en ella.

¿Un serafín? ¿Sabía pintura la Virgen?
Los de brocha de aquí abajo
no aciertan a descifrar
con qué arte de dibujo
fue impresa tan magnífica pintura
en una tela tan pobre.


Fuente: Catholic.net



lunes, 7 de diciembre de 2009

El Papa, cronista de los apóstoles - Mariano De Vedia

El Papa, cronista de los apóstoles
Llegó a la Argentina el libro en que Benedicto XVI describe cómo eran los discípulos elegidos por Jesús
Mariano De Vedia



Carácter decidido e impulsivo. Dispuesto a defender sus ideas incluso con la fuerza. Ingenuo, miedoso y honesto. Así describe Benedicto XVI, nada menos, a su antecesor y primer papa, San Pedro, uno de los discípulos elegidos por Jesús, en el libro Los apóstoles, cuya edición en español acaba de llegar a la Argentina.

Editado por Espasa, el libro presenta las semblanzas trazadas por el Pontífice de cada uno de los doce apóstoles que pusieron los cimientos de la Iglesia y la esparcieron por el mundo, a lo largo de los siglos.

"También entre los santos se producen conflictos, discordias y controversias", escribe Benedicto XVI, al destacar que los apóstoles, al igual que los cristianos santificados por la Iglesia, eran personas comunes, tan humanos como cualquiera, con sus fortalezas y debilidades.

El papa alemán, que asumió con una imagen identificada con la más severa ortodoxia, luego de su prolongada misión como custodio de la doctrina de la fe, suma, así, una nueva vía de acercamiento a los fieles de todo el mundo.

El libro llega tras el reciente disco Alma mater, en el que grabó cantos, plegarias marianas y reflexiones, y su cada vez más visitado sitio en Facebook, donde tiene 14.533 fans.


Apostolado

El Papa le dedica a cada uno de los apóstoles un capítulo en el libro. Incluso a Judas Iscariote, cuyo nombre "despierta entre los cristianos una reacción instintiva de reprobación y condena", escribe Benedicto XVI, que intenta explicar dos interrogantes que aún siguen abiertos: cómo es posible que Jesús lo eligiera y confiara en él, y por qué traicionó a Jesús.

Los apóstoles recoge las reflexiones que el Papa formuló en las audiencias generales de los miércoles, el encuentro semanal que mantiene con fieles que llegan a Roma desde distintos rincones del mundo.

El contenido, que indaga en los tiempos de la Iglesia primitiva, sigue la línea de Jesús de Nazaret, el libro que Benedicto XVI publicó en 2006, un año después de asumir como pontífice, que lleva vendidos más de 2,5 millones de ejemplares en todo el mundo.

La primera descripción es la de Pedro, pescador de Galilea. El Papa cuenta que es citado 154 veces con ese nombre en el Nuevo Testamento, a lo que corresponde sumar 75 menciones como Simón y otras 9 como Cefas, que significa piedra ("sobre esta piedra edificaré mi Iglesia...").

"Era un judío creyente y practicante, convencido de la presencia activa de Dios en la historia de su pueblo y dolido por no ver su acción poderosa en los sucesos de los que él era testigo", recuerda el Papa.

Sigue con Andrés, hermano de Pedro y discípulo de Juan el Bautista. "Su nombre no es hebreo, sino griego, señal significativa de que su familia tenía cierta apertura cultural", señala el Pontífice. Y menciona su muerte, en Patras, en una cruz con aspas transversales, llamada por eso "cruz de San Andrés".

Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo, fue el primero en beber el cáliz de la Pasión en la Ultima Cena, y acompañó a Jesús, en Cafarnaún, cuando curó a la suegra de Pedro. Su hermano Juan es el "discípulo predilecto". Está junto con María al pie de la cruz y es el testigo de la tumba vacía en el momento de la resurrección.

Santiago el Menor era de Nazaret y, probablemente, pariente de Jesús. El Papa lo considera punto de referencia inevitable en la relación entre judíos y cristianos. En los cuatro relatos evangélicos, Felipe está siempre mencionado en el quinto lugar. "¿Llevo tanto tiempo con vosotros y no me has conocido?", le reprocha Jesús en la Ultima Cena cuando Felipe le pide con ingenuidad: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta".

Mateo, recaudador de impuestos, siguió a Jesús con prontitud. Es el autor del primer Evangelio, en hebreo, que no se conserva. El que se conoce es la versión en griego.

Tomás es el primero al que Jesús le reveló: "Yo soy el camino, la verdad y la vida", una frase que trascendió todos los tiempos y fronteras. "Cada vez que oímos o leemos estas palabras, podemos ponernos en la mente de Tomás e imaginar que el Señor habla también con nosotros como habló con él", señala el Papa.

Bartolomé, cuya figura aparece en la escena del Juicio Universal pintado por Miguel Angel en la capilla Sixtina; Simón, que mostraba "un ardiente celo por la identidad judía", y Judas Tadeo (no confundirlo con Judas Iscariote) completan el elenco de los apóstoles, que tras la traición en la noche de la Ultima Cena vuelven a ser doce, al incorporarse Matías, que fue elegido por sorteo.

Además de presentar a los apóstoles, con sus características peculiares, sus experiencias al lado de Jesús y los sucesos destacados de sus vidas, el Papa se explaya sobre los perfiles de otros personajes relevantes, de los que dice que "brillan como estrellas de primera magnitud en la historia de la Iglesia". Destaca especialmente las figuras de Pablo de Tarso, a quien define como "un gigante del apostolado y de la doctrina teológica"; sus colaboradores Timoteo y Tito; Esteban, el primer mártir, y otros discípulos de los primeros tiempos de la Iglesia.

El Papa reflexiona sobre las internas suscitadas en torno de la Iglesia, al señalar que entre los santos surgen, como en todos lados, conflictos, discordias y controversias. "Y esto me parece muy consolador, pues vemos que los santos no han caído del cielo. Son hombres como nosotros, también con problemas difíciles."

Y agrega: "La santidad no consiste en no equivocarse nunca o en no pecar. La santidad crece con la capacidad de conversión, de arrepentimiento, de disposición para volver a empezar y, sobre todo, con la capacidad de reconciliación y de perdón".


Los Doce

· Pedro. Impulsivo y decidido, con carácter fuerte, ingenuo y miedoso.

· Andrés. Pescador, hermano de Pedro y el primero en seguir a Jesús.

· Santiago el Mayor. Bebió primero el cáliz de la Pasión. Predicó en España.

· Juan. Tenía un lugar relevante. Jesús le encarga preparar la Ultima Cena.

· Santiago el Menor. Nacido en Nazaret, predicó en Jerusalén.

· Mateo. Recaudador de impuestos. Escribió el primer Evangelio.

· Felipe. Formaba parte del grupo reducido que rodeaba a Jesús.

· Tomás. En un primer momento, no creía que Jesús hubiera resucitado.

· Bartolomé. Llamado a veces Natanael, evangelizó en la India.

· Simón, el cananeo. Mostraba un ardiente celo por la identidad judía.

· Judas Tadeo. Pregunta a Jesús por qué se revela sólo a los discípulos.

· Judas Iscariote. Traicionó a Jesús.



Fuente: Diario LA NACION (Buenos Aires – Argentina),
lunes 7 de diciembre del 2009


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